Algunas veces tenemos mil cosas en la cabeza y se vuelve complicado ordenarlas. A veces son bastante más de mil, y algunas de ellas por sí solas parecen millones. Cuando nuestra mente está tan saturada, a veces es muy difícil hablar con alguien de eso, o sea, si a veces es difícil que nosotros mismos alcancemos a distinguirlo, mucho más difícil aún que podamos explicarlo. Y sin embargo, a veces es necesario. Porque cuando no lo hablamos nos va envenenando.
Seguramente conoces a alguien amargado. Todos conocemos por lo menos a uno. Yo conozco a muchos. Y a veces es difícil esto de perseguir la felicidad cuando estas rodeado de gente amarga. Porque no siempre tenemos la opción de alejar a esas personas de nuestras vidas. Pero si tenemos la opción de decidir cómo lidiar con ellas. Aunque ese es otro tema.
La cuestión aquí es que, cuando no hablas algo, algo importante, algo de esas mil cosas que traes en la cabeza pero que toma una particular importancia, se genera confusión. En ti y en los otros. La confusión llega por dos cosas principalmente (hay muchas más): una es porque no decimos lo que pensamos. La otra porque si hablamos, si decimos, pero no actuamos en base a ello.
Para ser feliz debes ser capaz de decir lo que piensas, y de actuar lo que dices.