Tal vez, en efecto, no existan los elefantes a lunares que yo insisto ver claramente frente a mis ojos. Tal vez, sólo tal vez, sean producto de mi imaginación. De lo que no estoy segura es si lo que alucino son los elefantes o los lunares. Imposible que sean las dos cosas, porque eso sólo podría tener el significado de que estoy total y absolutamente fuera de la realidad.
Si el elefante existiera, querría decir que me gusta decorarlo con lunares. Si me preguntan, yo les diría que los lunares hacen que los elefantes sean más festivos, y si no festivos, por lo menos más originales. Los patrones que forman los lunares son los mismos patrones que conforman el universo, que llenan esas fórmulas matemáticas y físicas que yo no alcanzo a comprender y que sinceramente no me interesan más que para ejemplificar que los lunares pueden ser esenciales para la conformación del universo. Así que al poner lunares a un elefante lo que estoy haciendo en realidad es darle sentido, y llenar su existencia de lógica, física y matemáticas.
Ahora que, siguiendo este hilo de pensamiento, podría ser que lo que exista sean los lunares y que lo que yo esté imponiendo a la realidad sea al elefante. En cuyo caso estaría aportando vida al asunto, una vida magnífica, enorme e increíblemente tierna, a la vez que pesada y apestosa. Que a final de cuentas, lo resume todo.
Así que por donde lo vea, la idea de los elefantes a lunares no es descabellada, es, de hecho, mi teoría del Big Bang y la evolución de las especies y la vida en nuestro planeta simplificada en una sola metáfora. Es perfecto. No es locura. Es vida y evolución.