La pregunta de Molyneux

Hay un viejo enigma en la filosofía: ¿sería capaz una persona ciega que conoce el mundo por medio del tacto, de reconocer un objeto familiar si de pronto tuviera la habilidad de ver? A esta pregunta se le conoce como la pregunta de Molyneux.

El científico irlandés William Molyneux (1656-1698) expuso por vez primera el problema en su Dioptrica nova (1692) y lo planteó en forma de problema concreto a John Locke quien la reproduce en la segunda edición del Ensayo sobre el entendimiento humano (1694):

Estoy de acuerdo con la respuesta que ofrece al problema este hombre inteligente, de quien me envanezco en llamarme amigo, y soy de la opinión de que el ciego no podría, a primera vista, decir con certeza cuál es el globo y cuál el cubo, mientras sólo los viera, aunque por el tacto pudiera nombrarlos sin equivocarse y con toda seguridad supiera distinguirlos por las diferencias de sus formas tentadas.

Este problema tiene una analogía emocional muy interesante. Supongamos que una persona ciega, que conoce a su amado por tacto, y de manera más relevante, por su voz, pudiera de pronto ver. ¿La cara del objeto amado, vista por primera vez, sería objeto de amor? ¿Reconocería este individuo que ve por primera vez a su amado? ¿O le sería ajeno y extraño?

De acuerdo a Locke y a Molyneux, probablemente no la reconocería. Aunque el lado romántico del ser humano pueda sentirse compelido a pensar que si. Es como la idea del amor a primera vista, o como la idea del amor para siempre. Habría un vínculo fuerte, duradero e inexplicable entre dos personas sin importar las circunstancias.

Por otro lado no podemos ignorar lo que vivimos día a día, en cada una de nuestras relaciones, en las que las emociones llegan más bien como olas, a diferentes niveles e intensidades, con capacidad de calmar o destruir. El problema es que no todos somos expertos en oleajes, ni en amores, ni en ciegos que recuperan la visión.

Muchas veces en la práctica clínica de la psicoterapia nos topamos con personas incapaces de ver sus emociones, a los que tratamos de devolverles la visión, haciendo las veces de intérprete de sus emociones, y muchas veces parece que un mundo se abre frente a ellos, pero muchas otras parecen no poder conectar con lo que estamos traduciendo. Y yo a veces me pregunto si es posible que vean y reconozcan una emoción cuando nunca antes habían podido ponerle nombre, como ese ciego que no distingue un globo de un cubo al verlos por primera vez. Como ese ciego hipotético que ve a su amado por primera vez.

Darle nombre a una emoción lleva una responsabilidad, a veces difícil de aceptar. Pero es un paso fundamental para la madurez emocional. Ser capaces de reconocer y nombrar una emoción, nos da la posibilidad de disfrutarla, manejarla y hacernos cargo de ella. Es parte del proceso psicoterapéutico, y es parte del proceso de vida.

¿Cuáles son las emociones más comunes que vives en tu día a día? ¿Eres capaz de nombrarlas todas?

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