El miedo como ausencia de fe

Cuando escuchamos la palabra creencia, es muy común que pensemos en nuestra religión o la falta de ella. Pero las creencias son algo mucho más profundo que eso. Es algo que no podemos clasificar a la ligera.
Aquí no sólo estoy hablando de la fe en algo superior, estoy hablando de la fe en nosotros mismos, en la fe en la gente, en la fe en la naturaleza, en la fe en la ciencia… estoy hablando de creer y no dudar. En lo que sea.
Creer es algo de lo que aún somos capaces cuando ya no tenemos nada más. Es una de esas cosas que no nos van a dejar mientras nosotros no tengamos el deseo de que nos deje, porque es una decisión. Es algo que siempre va a estar de nuestro lado cuando todos los demás y todas las cosas nos hayan dado la espalda, es la luz en los momentos más oscuros de nuestra vida. La creencia, la fe, es, paradójicamente, una de esas cosas que abandonamos primero. A veces es porque pensamos que es ridículo aferrarse a la fe cuando las circunstancias son muy malas y decidimos mejor aferrarnos al miedo, al miedo de que las cosas ya no van a mejorar por ejemplo. Muchas veces, hemos aprendido a elegir el miedo en lugar de la fe.
El miedo es lo contrario a “creer”. El miedo es la presencia de la oscuridad, mientras que la fe es la presencia de la luz. Uno nos da una incesante ansiedad y un remolino dentro de nosotros, mientras que el otro nos da una renovada sensación de esperanza y frescura, y sin embargo, muchas veces nos aferramos al miedo, aunque no nos sirva.
Aferrarte al miedo es abandonar tu esperanza, tu fe, tus creencias, cuando en realidad es lo que más necesitas. La fe y el miedo muchas veces tiran al mismo tiempo de nosotros, forzándonos a elegir y no en el mejor momento. En los momentos vulnerables como los que estamos viviendo, elegimos el miedo, porque es algo mucho más fácil de conceptualizar.
Si yo le recuerdo a alguien las veces que la regó, esa persona va a tener miedo de intentar otra vez lo que sea. Y eso es lo que nos hace el miedo, nos recuerda todas las veces que las cosas han salido mal. No siempre es algo obvio como una fobia. No siempre es algo que las demás personas puedan entender. El miedo, ese que corroe, es la falta de fe. El miedo que hace que sigamos antiguos patrones, que no nos dan espacio para crecer. Elegimos las creencias que hemos tenido en el pasado. Y la fe, CREER, es lo que nos va a permitir avanzar a la mejor versión de nosotros mismos, la versión que decide creer y no tener miedo.
Elegir creer en lugar de tener miedo no es fácil. Tener miedo es algo muy palpable, que incluso podemos distinguir en el cuerpo. Creer en cambio, es una idea abstracta, es un concepto que se limita a sí mismo. No se basa en una emoción particular, a veces se siente como un cachito de felicidad, a veces como empoderamiento, a veces como positivismo, a veces como energía… creer es algo que tenemos que sacar de nuestros propios pensamientos y de nuestra consciencia. Y para poder elegir creer en lugar de tener miedo, simplemente, hay que empezar.
La primera vez que eliges creer en lugar de tener miedo, generas un ciclo. Tu mente reconoce tu elección de comprometerte y trata de regresar a la reacción de miedo. Puedes sentirte incómodo, o pensar que no estás haciéndolo bien, sentirte ansioso, pero tu cuerpo se va a ajustar. Y entre más vayas escogiendo creer, vas a tener más y más referencias de lo que se siente creer, y cada vez va a ser menos incómodo.
Elegir creer y no temer, como modo de vida, puede empezar a generar grandes cambios en las sinapsis del cerebro, y reenmarcar todo tu pensamiento. Reenmarcar el miedo y el pensamiento negativo es más que cambiar la manera de pensar, hay que reconocer que eres capaz de creer y entonces sí, las cosas pueden ponerse mejor, con tiempo y práctica. Y creer es el cambio más importante que podemos hacer. Sobre todo creer en ti.