Cuando somos niños, estamos indefensos. Para poder ver satisfechas nuestras necesidades, aprendemos rápidamente a adaptarnos a lo que los adultos que nos rodean necesitan y quieren que seamos, para que así nos den atención. Cuando hay varios hermanos, aprendemos a competir por esa atención.
Como la mayoría de nosotros no vimos límites sanos, ni aprendimos a tener un apego emocional seguro y no aprendimos a procesar las emociones intensas durante la infancia, aprendemos a actuar. Aprendemos a hacer las cosas que vemos que hacen feliz a aquellos que nos cuidan. Es también una manera de adaptarse al mundo. Nuestro sentido de nosotros mismos no se expresa por completo, porque además de aprender lo que nuestros padres esperan de nosotros, aprendemos lo que el mundo espera de nosotros a través de los modales y las buenas costumbres, así que vamos suprimiendo cada vez más las partes de nosotros mismos que los adultos encuentran inapropiadas o no bienvenidas. Como resultado, formamos una identidad que nos protege de ser rechazados.
Además de esto, como niña, o como niño, ves el mundo desde un estado egocéntrico, así que tomas TODO personal, lo que significa que todo lo que pasa, te pasa a ti. La combinación de estas dos cosas pudo haber sido catastrófica para ti de pequeño, y lo es ahora como adulto para tu niño interior.
La necesidad de simpatizarle a todo el mundo, continúa en la vida adulta. Si no inviertes en madurar emocionalmente, tu niño interno va a seguir rigiendo tu vida adulta, a través de deseos y elecciones inconscientes. Al no ser quienes somos en realidad, sino estar viviendo en esta identidad a través de la cual nos adaptamos, podemos sentir que no valemos mucho, sentirnos carentes, a veces paranóicos (sentir que todo el mundo está en contra tuya), y cargamos con una creencia de que debemos ser salvados por “alguien”.
Tu cuerpo y tu mente recuerdan cada momento de tu vida, aunque no lo tengas consciente. Tu inconsciente tiene almacenada cada experiencia, con su respectiva emoción impresa en tu memoria. Hay quienes dicen que incluso a nivel celular, tienes memoria de todo lo que has vivido. Eso quiere decir que cada día de tu vida, vives con la memoria de tus heridas y tus traumas, sin darte cuenta.
Y es eso lo que en realidad guía tu deseo de logro y necesidad de ser el mejor: porque, sin importar tu edad biológica, en el fondo siempre eres ese pequeño niño que compite y necesita amor y atención.
Somos adultos emocionalmente enanos, que siguen buscando validación externa a lo largo de su vida, y usan sus relaciones personales, sus cosas materiales, sus títulos educativos, sus actitudes… para lograrlo.
Esa dinámica familiar se va pasando de generación en generación. Por eso vemos historias repetidas. Generaciones completas de madres divorciadas que terminan su vida solas, generaciones de esposas abnegadas que no se separan aunque lleven una muy mala vida con sus parejas, generaciones de madres solteras y distantes, generaciones de mujeres traicionadas, generaciones de mujeres que deben luchar por obtener lo que quieren y que parecen nunca tener nada fácil… y así podemos seguir.
Mientras una generación no rompa el ciclo, se va a seguir repitiendo, nos volvemos el mismo tipo de madre (o padre) que tuvimos, y hacemos del mismo tipo de hijo que nosotros fuimos.
Y todo esto pasa de manera inconsciente, y vamos buscando a las personas que nos van a reforzando la historia y nunca sanamos. Nunca rescatamos a nuestro niño interior.
En lugar de poner toda nuestra energía, creatividad e inteligencia en desarrollar nuestra vida, construir una buena confianza en nosotros mismos y auto realizarnos, nos damos a los otros, y esperamos que hagan lo que nosotros no pudimos. Esperamos que le den sentido y significado a nuestra vida.
Pero eso no es posible. Porque este sentido, este significado de vida, no puede venir de fuera. Es indispensable que venga de dentro de nosotros mismos, de lo que podemos y debemos sanar. Eso es justo lo que se logra en terapia, eso es justo lo que se logra en cursos como “Sana tu herida materna”, eso es lo que yo quiero lograr para ustedes. Que rompan los ciclos, que sanen, y que rescaten a esa niño interior, el que aún no está roto, el que aún no está dañado.
Porque necesitas entender que tu energía, tu creatividad, tu inteligencia… son regalos que te dio Dios, la naturaleza, o en lo que tú creas, y que debes poner al servicio de tu propia vida. Eso es lo que te va a permitir ver que una relación sana contigo mismo no es egoísta, sino es la base y la piedra angular de tus relaciones con todas las demás personas en tu vida.
El trabajo de sanar a tu niño interior y tu herida materna, te ayuda a romper la dependencia de la validación externa. Te ayuda a ver a tus hijos no como accesorios que te sirvan para sentirte bien, sino como personas independientes que vienen a vivir sus propias vidas. Tus hijos no vinieron a sanarte, no vinieron a ser perfectos ni a tratar de ganar tu atención y cariño, no vinieron a que te sientas bien con sus logros. Vinieron a crecer, vinieron a vivir. Independientemente de ti. Porque además entender eso te permite quitarte la presión por ser perfecto, y con eso reencontrarte con tu niño interior.
Cuando cambias tu punto de vista de que, o eres perfecto, o eres un fracaso, y te das cuenta de que hay muchas opciones más, puedes empezar a ver a tu madre igual, más completa, con más opciones, con más matices. Y sanar tu relación con ella. Ya no necesitas ser perfecto para ella, ni para ti. Y empiezas a ver que no ser perfecto no significa ser un fracaso. Eres una persona, normal, común, regular. Una que es lo suficientemente buena. Que merece amor y que es valiosa así tal cual es. Cuando sanas tu herida materna, rescatas a tu niño interior.
Y ¿cómo empezar a sanar?
Observa de manera consciente: desarrolla consciencia de lo que te desata, de tus disparadores. Qué es lo que hace que tus patrones se despierten y respondas desde ellos a las personas en tu vida. Sé curioso, pero compasivo.
Reconoce que esa narrativa en la que no eres suficiente o no eres valioso tal cual eres es una mentira. Eso es una creencia condicionada acerca de quién eres, no es lo que eres. Es algo que otra persona proyectó sobre ti y que te hirió, y tú simplemente lo internalizaste.
Hazte consciente de que todas las adicciones son maneras de evadirte del momento: son un comportamiento que adoptamos en la infancia y que usamos cuando el momento presente es doloroso o atemorizante. Aprendimos a escapar porque no teníamos un modelo que nos diera una manera sana de lidiar con las emociones difíciles. Y entonces ahora te evades: fumando, comiendo, bebiendo, comprando, hablando, enojándote, drogándote, manteniéndote ocupado… hay muchos ejemplos de adicción. La consciencia plena y entrenarte para permanecer en el ahora son herramientas muy poderosas.
Haz un compromiso contigo mismo: toma pasos diarios para re educarte. Dándote atención, amor y cuidado, todo eso que esperas que los demás te den. Ve que en primer lugar, eres tú quien puede darte todo esto, los otros te lo van a dar también.
Hay muchas cosas que hacer para rescatar a ese pequeño niño. Estas son las primeras. Vale la pena: rescátalo, ámalo, encuéntralo. Verás como cambia tu vida.
